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jueves, 17 de septiembre de 2009

El akelarre

Imagen: Linda Paul


El akelarre

Generalmente se reunían los jueves en casa de una de las tres luciendo una llamativa prenda de vestir para sus reuniones . Alexandra entró envuelta en un chal parsi con hilos de oro, doblándose al cruzar la puerta lateral que daba a la cocina; en sus manos, como pesas de gimnasia o pruebas de un crimen, llevaba dos frascos de su salsa de tomate sazonada con pimienta y albahaca.

Las brujas se besaron en la mejilla.
-Toma , querida; sé que te gustan más las frutas secas, pero ...- dijo Alexandra con su voz temblorosa de contralto que vibraba en el fondo de su garganta como cuando una mujer rusa dice byelo. Sukie tomó los dos regalos con sus manos delgadas, cuyo apergaminado dorso estaba salpicado de pálidas pecas- .Los tomates han proliferado este año como una plaga, no se por qué -siguió diciendo Alexandra-. Hice un centenar de tarros de esta salsa y la otra noche salí al huerto y grité: "¡Podéis pudriros todos los demás!"
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-Recuerdo un año en que pasó lo mismo con los calabacines- respondió Sukie, colocando sumisamente los tarros en un estante del aparador, de donde no los bajaría jamás. Como Alexandra había dicho, a Sukie le gustaban las cosas más secas, como el apio, el anacardo, el arroz pilaf, las galletas saladas, pequeños frutos secos como los que comían sus antepasados simios y les daba fuerza para subirse a los árboles. Cuando estaba sola , no se sentaba nunca para comer; sólo mojaba una galleta en yogur, de pie, junto al fregadero, o llevaba una bolsa de patatas fritas con aroma de cebolla a su cuarto de la TV donde las tomaba con un vaso de bourbon a palo seco-. Hacía de todo con ellos -dijo a Alexandra, gozando de su exageración y agitando las inquietas manos en los bordes de su propio campo visual-: pan de calabacín, sopa , ensalada, fritura de calabacín, calabacines rellenos, cortados en tiras para mojarlos; era una locura. Incluso eché una buena cantidad en la batidora y dije a los niños que untaran con ello su pan, en vez de hacerlo con mantequilla de cacahuete. Monty estaba desesperado; decía que incluso su caca olía a calabacín.



John Updike
Las brujas de Eastwick
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