
El corazón es un cazador solitario
(fragmento)
Había en el pueblo dos mudos que estaban siempre juntos. Todas las mañanas, temprano, salían de la casa en la que vivían y caminaban calle abajo, tomados del brazo, hacia sus tareas.
Los dos amigos eran muy diferentes. El que siempre caminaba delante era un griego soñador y obeso, que en el verano solía vestir camisas de polo amarilla o verde, metida en su pantalón descuidadamente en la parte del frente y colgándole en la parte posterior. El otro era alto. Sus ojos tenían expresión viva e inteligente, y siempre estaba inmaculada y sobriamente vestido.
Todas las mañanas los dos amigos caminaban juntos y silenciosamente hasta que llegaban a la calle principal del pueblo. Entonces, cuando arribaban frente a cierto negocio de frutas y confituras, se detenían por un momento en la acera.
Todas las mañanas los dos amigos caminaban juntos y silenciosamente hasta que llegaban a la calle principal del pueblo. Entonces, cuando arribaban frente a cierto negocio de frutas y confituras, se detenían por un momento en la acera.
El griego, trabajaba para su primo , que era el propietario del negocio. Su trabajo consistía en hacer bombones y dulces, desembalar las frutas y mantener limpio el sitio. El mudo más delgado, casi siempre ponía la mano sobre el brazo de su amigo y le miraba al rostro un segundo antes de dejarlo. Después, cruzaba la calle y caminaba solo en dirección a la joyería en la que trabajaba como grabador de plata.
Al promediar la tarde se encontraban. El delgado volvía a la frutería y esperaba al otro que solía encontrarse desembalando perezosamente un cajón de duraznos o melones. Pero antes de partir, abría siempre la bolsa de papel que había mantenido escondida durante el día en uno de los estantes. En su interior, un pedazo de fruta, muestras de confituras, o el extremo de un embutido.
Por lo general, antes de marcharse, se dejaba columpiar frente al mostrador que había al frente, y en el que se guardaban carnes y quesos. Deslizaba la puerta posterior, acercando la mano hacia alguna golosina.
A veces su primo no le veía. Pero si se daba cuenta, miraba al mudo con una expresión de advertencia tensa y pálida. Durante estas escenas, el flaco, permanecía muy erguido, con sus manos en los bolsillos, mirando hacia otro lado.
Al ocaso, como siempre, los dos mudos regresaban lentamente a casa
Carson Mc Cullers
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MI agradecimiento a Elvira , del blog Flores y palabras, por descubrirme al fantástico pintor que ilustra este fragmento
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