Imagen: Helen Dryden
El balneario
Como todas las ciudades costeras, estaba impregnada de olor a pescado.
Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque quebradizas. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco...un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado al auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos . Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que alguna vez hubieran sido auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de fotografías y de los espejos hubiesen yacido en algún momento en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de mujeres reales que salen de buena mañana a hacer la compra.
A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregaba en el restaurante. El local olía a pescado, como un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques. El consumo de pescado en este comedor ha debido ser enorme. El olor invadía incluso el cubículo con el rótulo "Señoras" situado en el primer piso. Este cubículo constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se alivian las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte . Tres muchachas procedían a ejercer su derecho a mejorar su naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Entretanto charlaban su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola . Cuando la ola se retiró se escuchó decir a una de ellas:
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Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque quebradizas. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco...un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado al auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos . Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que alguna vez hubieran sido auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de fotografías y de los espejos hubiesen yacido en algún momento en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de mujeres reales que salen de buena mañana a hacer la compra.
A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregaba en el restaurante. El local olía a pescado, como un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques. El consumo de pescado en este comedor ha debido ser enorme. El olor invadía incluso el cubículo con el rótulo "Señoras" situado en el primer piso. Este cubículo constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se alivian las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte . Tres muchachas procedían a ejercer su derecho a mejorar su naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Entretanto charlaban su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola . Cuando la ola se retiró se escuchó decir a una de ellas:
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-¡Qué me importa! Es tonta de remate ... A Bert no le gusta realmente... ¿Lo habeis visto desde que volvió? sus ojos... son tan azules... Los de Gert también... los dos tienen los mismos ojos ... Puedes hundirte en ellos ... Los dos tienen los mismos dientes... Tiene unos dientes tan blancos, tan bonitos.... Gert también, aunque un poco torcidos ...cuando sonríe ...
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El agua borboteó ... Las olas derramaron su espuma y se retiraron mientras se escuchó decir: "Deberías tener más cuidado. Si alguien te sorprende diciendo eso te harán un consejo de guerra...". En ese momento se oyó correr el agua en el compartimento contiguo.
La marea parece estar siempre subiendo y bajando eternamente en el balneario. Descubre a estos pececillos; los cubre de agua. Se retira, y los peces aparecen de nuevo, despidiendo un intenso y extraño olor a pescado que parece inundar por completo el balneario.
De noche la ciudad se vuelve etérea. Un blanco resplandor ilumina el horizonte. Hay aros y diademas en la calles. La ciudad queda sumergida bajo el agua. Sólo se distingue su esqueleto de bombillas de colores.
De noche la ciudad se vuelve etérea. Un blanco resplandor ilumina el horizonte. Hay aros y diademas en la calles. La ciudad queda sumergida bajo el agua. Sólo se distingue su esqueleto de bombillas de colores.
Virginia Woolf
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4 comentarios:
Algunos, a fuerza de poner todo el énfasis en el caparazón, logran que se vaya diluyendo lo de dentro hasta parecer inexistente. Interesante texto. Besos ^_^
¡Sigo leyendote Chocolatito, aunque no diga res de res...sería repetirme! Smuacksss guapa
Exacto, Elvira. Es mala cosa darle tanta importancia a la "fachada" .
Sí, un texto peculiar dentro de los de la Woolf, que no suele bordear la líbido de forma tan pseudoobvia. No me extraña que fuese uno de sus textos tardíos, se le nota ausencia de corsés al llamar a las cosas casi casi por su nombre.
Besos
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Pues diga usté algo, oiga! que se la echa de menos!!!!
¿Qué tal todo, Juanica?
Se te quiere.
Excelente texto y la imagen cae como anillo al dedo. Besos.
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