sábado, 13 de junio de 2009

El reparto de los panes



El reparto de los panes
.(fragmento)



Era sábado y estábamos invitados para el almuerzo de compromiso. Pero a cada uno de nosotos le gustaba demasiado el sábado como para gastarlo con quien no queríamos. Cada uno había sido alguna vez feliz y había quedado con la marca del deseo. Yo, yo quería todo. Y nosotros allí aprisionados, como si nuestro tren se hubiera descarrilado y estuviésemos obligados a pasar la noche entre desconocidos. Nadie allí me quería, yo no quería a nadie. En cuanto a mi sábado -que fuera de la ventana se agitaba en acacias y sombras-, prefería , a gastarlo mal, encerrarlo en la mano dura, donde lo estrujaba como a un pañuelo. A la espera del almuerzo, bebíamos sin placer, a la salud del resentimiento: mañana ya sería domingo. No es contigo con quien quiero , decía nuestra mirada sin humedad , y soplábamos despacio el humo del cigarrillo seco. La avaricia de no repartir el sábado iba poco a poco royendo y avanzando como herrumbre, hasta que cualquier alegría sería un insulto a la alegría más grande.

Solamente la dueña de la casa no parecía economizar el sábado para usarlo un jueves por la noche. Ella, sin embargo, cuyo corazón ya había conocido otros sábados. ¿Cómo había podido olvidar que se quiere más y más? No se impacientaba siquiera con el grupo heterogéneo , soñador y resignado que en su casa sólo esperaba , como a la hora del primer tren que partía, cualquier tren menos quedarse en aquella estación vacía, menos tener que refrenar el caballo que correría con el corazón latiendo para otros, otros caballos.
Pasamos finalmente a la sala para un almuerzo que no tenía la bendición del hambre. Y fue cuando, sorprendidos, nos encontramos con la mesa. No podía ser para nosotros...
Era una mesa para hombres de buena voluntad. ¿Quién sería el invitado realmente esparado que no había venido? Pero éramos nosotros mismos . Entonces, ¿aquella mujer daba lo mejor no importaba a quien? Y lavaba contenta los pies del primer extranjero. Constreñidos , mirábamos.
La mesa había sido cubierta por una solemne abundancia. Sobre el mantel blanco se amontonaban espigas de trigo. Y manzanas rojas, enormes zanahorias amarillas, redondos tomates de piel estallante, chayotes de un verde líquido, piñas malignas en su salvajismo, naranjas anaranjadas y calmas, machichas erizadas como puercoespines, pepinos que se cerraban duros sobre su propia carne acuosa, pimentones huecos y rojizos que ardían en los ojos, todo enmarañado en barbas y barbas húmedas de maíz, pelirrojas como junto a una boca. Y los granos de uva. La más morada de las uvas negras y que apenas podía esperar el instante de ser palastadas. Y no les importaba por quién ser aplastadas. Los tomates eran redondos para nadie: para el aire, para el redondo aire. El sábado era ... de quien viniera.




Clarice Lispector
Cuentos reunídos


.

2 comentarios:

jorge dijo...

Tarde mucho en saber que esta escritora era brasileña.

Y la lei poco.

Estos parrafos que nos brindas me han gustado.

Quizas este verano me atreva con Aprendizaje o el libro de los placeres.

femme d chocolat dijo...

A mí me encanta , Jorge. Me pasa como con Silvina Ocampo, me gustan muchísimo.
Yo.. te recomiendo los cuentos, Siruela ha editado el año pasado el "cuentos reunidos" Y está fenómeno . El libro de los placeres, pese a ser su más conocido no fue el que más me gustó. Encajé mejor con otros .

Sea como sea, es una escriora estupenda.

Un abrazo