martes, 23 de diciembre de 2008

Siete cincuenta

Imagen: Jean Béraud



Siete cincuenta


Siete cincuenta, da hasta risa. Ni para el microbús, ni para una lechuga, ni para el periódico, dinero que se tira, que se desprecia, siete cincuenta. Siete cincuenta costaba la pequeña vajilla, es una cifra inolvidable para quien ha aprendido a preguntarse por la esencia tan fútil del dinero al retortero de aquellos tres guarismos de siete, el cinco y el cero, separados por una coma gruesa en la parte de arriba, marcados torpemente con lapicero rojo en un cartoncito que a veces se ladeaba o desaparecía porque se había caído entre los otros bultos de aquel escaparate rondado con codicia. Entraba a preguntar

-¿La han rebajado ustedes?
-¿Que si hemos rebajado qué?
-La vajilla esa de china.

Le parecía imposile que alguien pudiera dejar de entender a qué se estaba refiriendo, miraba con avidez e impaciencia a los ojos de aquel chico joven de alpargatas, con las orejas enrojecidas por los sabañones, que tras una vacilación se desplazaba con desgana hacia el interior del recinto, oscuro y alargado, mientras ella, junto a la puerta y sin dejar de espiar el escaparate, esperaba en ascuas su veredicto. Desde allí la podía contemplar mejor e incluso , de haber tenido el arrojo suficiente, hubiera podido meter el brazo por la ranura abierta del cristal para tocar las piezas primorosas. Tenían los platitos y la salsera un dibujo de niños montando en bicicleta y también la sopera, que era panzuda igual que las de casa de la abuela; seis platos grandes y seis de postre, ¿ se habría roto alguno desde ayer?. Los volvía a contar, mira a ver si estaban desportillados por los bordes; apresurada revisión llevada a cabo mientras el chico llegaba al mostrador para preguntar, con una mezcla de miedo y esperanza ante la idea de que se hubiera descabalado aquel conjunto que salía siempre indemne del examen exibiendo su integridad sin tacha.- Doña Fuencisla, que le preguntan por la vajillita del escaparate. -¿La de siete cincuenta?- preguntaba implacable desde el fondo la voz recia y sin matices de la dueña, voz de juez, de verdugo, inasequible a la súplica. -Sí, señora.-Pues nada, envuélvesela, el papel lo tienes ahí. El corazón le latía más deprisa y se atrevía a avanzar unos pasos hacia aquella figura borrosa de señora , que tantas veces había atisbado desde la calle asomando por detrás del dependiente, cuyas manos planeaban indecisas por detrás de los objetos de la vitrina, aglomerados, confusos, plateados, de barro, de celuloide y goma, de cartón ... señalándole airada y dominante aquello que tenía que coger, instándole a movimientos más expertos y eficaces.




Carmen Martín Gaite
El cuarto de atrás



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3 comentarios:

Marina dijo...

Me gusta esta escritora, hace que me sienta dentro de la rienda, frente al mostrador, esperando que me atiendadn y observándo cómo se llevan la vajilla delante de mis narices sin poder hacer nada.
Es genial.

Por cierto, eres una auténtica ardilla, tus entradas son geniales y rápidas, no hay lugar para el aburrimiento.
Un besito guapa,

Anónimo dijo...

jejejeje, si , soy un poco como Chip y Chop, ^_^ (las ardillitas aquellas de Disney), igual de traviesa y casi casi con esa vocecilla y todo, jajaja ^_^

A mí también me gusta mucho La Gaite, en general.Me gusta su forma de describir... de pasar de una cosa a otra. Hubo un tiempo que estuve enganchada y me leí todo, de un tirón.

Un beso , cielo

Mencía dijo...

Leí Nubosidad Variable más de una vez y se convirtió en uno de mis libros ... despues devore - tambien de seguido - otros cuantos. Me gusta :D

Besos